Edición Bimestral No. 46
Julio a Agosto 2022
Año 8
Editorial – ¿Quién podrá defendernos?
La transición del nuevo Gobierno, en medio de las circunstancias propias de cada cambio, parece no haber dejado mucho campo a la imaginación y, por el contrario, ha confirmado el único pronóstico aplicable: la incertidumbre. Hasta el momento no existe una sola apreciación, más o menos, uniforme sobre lo que será el Gobierno Petro para Colombia y para la región.
Sin embargo, más importante nos parece volver sobre la gravísima degeneración moral y social que sufre nuestro país desde hace años pero que se ha agudizado en los más recientes. El presidente Alfonso López Pumarejo solía decir que “El país era mucho mejor cuando sólo robaban los rateros”. No en vano afirmaron Darío Echandía Olaya que “Colombia es un país de cafres” y Luis Carlos Sáchica Aponte, cuando la Constituyente de 1991, que “en Colombia no había que cambiar la Constitución sino la gente”. Hemos avanzado en el tiempo pero no en el desarrollo: ¿dónde está la causa de tantos males que ni la “Paz Total” ha podido remediar?
Desde vieja data hemos considerado que el camino para el cambio es la educación. El Beato Juan Martín Moyë, notable sacerdote lorenés del siglo XVIII, enseñaba que “no ha ocupación más santa, más útil y más necesaria que educar santamente a la juventud porque de ella depende toda la vida”. Si vamos más allá, de la educación de la niñez y de la juventud dependen la familia, la sociedad, la República y el mundo entero. De ahí que los pediatras, neurocientíficos y psicólogos hayan establecido que la primera infancia es la etapa crucial para el desarrollo vital del ser humano pues durante esta etapa –que unos fijan entre los cero y los tres años, y que otros prolongan hasta los siete– se establecen las bases que permitirán el aprendizaje y el desarrollo de todas las habilidades sociales, emocionales, cognitivas y motoras de toda la vida.
Nuestro país, como el mundo entero, está bastante preocupado por la forma en que habrá de componerse y recomponerse al Congreso de la República en cada debate y en cada votación, en cómo se podrán disminuir las emisiones de carbono, en cómo se podrá “garantizar” el “derecho al aborto” –que de por sí no puede ser considerado un derecho–, en cómo se podrá “implementar” la “eutanasia” y la “muerte digna” –que cercena cualquier otro derecho–, o en cómo se logra financiar la “reforma social” del “Cambio por la vida” y del “Vivir sabroso” a través de una ambiciosa y perversa reforma tributaria.
En contraste, ninguno ha pensado ni ha propuesto forma alguna para garantizar una alimentación completa para nuestros niños –que al cierre de esta edición registran cerca de cien niños fallecidos por causas asociadas a la desnutrición–, en una educación de calidad que los edifique, en los medios mínimos para su acceso –como el transporte o la conectividad a través de las tecnologías–, en un ambiente sano que los aleje de las drogas y de otros dramas juveniles cuyas consecuencias son irreversibles, en una política de paternidad responsable –que nada tiene que ver con la difusión de los métodos anticonceptivos ni abortivos–, ni en la consolidación de las familias como el lugar idóneo para su crecimiento y desarrollo.
En vez de buscar los recursos para financiar la excarcelación y la manutención de los integrantes de la “Primera Línea” –cuyas conductas aún son investigadas y consideradas como delitos de sedición, vandalismo, asonada y, entre otros, daño en bien ajeno–, las políticas del Gobierno nacional deberían cambiar su orientación para centrar su atención en formas eficaces de lograr una nutrición completa y adecuada para nuestros niños, en la educación de una paternidad responsable que enseñe a los progenitores a no buscar subsistir a punta de los subsidios del Estado así como en la edificación de una juventud que aprehenda conocimientos a partir del estudio del saber y no del adoctrinamiento que amenaza con terminar de pervertirlo todo ni en la justificación del negocio educativo que en los últimos días sólo ha servido para apalancar las ambiciones políticas y económicas de los propietarios de algunos establecimientos educativos.
Por más paradójico que nos parezca, cuánta razón tenía Madame Roland cuando, antes de haber sido guillotinada por la horrorosa Revolución francesa exclamó: “¡Oh, Libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”.
Otros Artículos
Más congestión para la justicia – Juan Luis Palacio Puerta
Nuevo estatuto de conciliación en Colombia – Isabel Victoria Gaitán Rodríguez
¿En rio revuelto? – Guillermo Castro Jaime
La inminente reapertura de la frontera – Leandro Quintero Pérez
